Durante
varios años, sobre el final de la adolescencia y el principio de la
veintena, frecuentamos con mis amigos distintos clubes lujanenses con el
objeto de emborracharnos (o entonarnos) y hablar de todas esas cosas
que solo se hablan borrachos o en situaciones especiales. Luego íbamos
para el boliche a encararnos descaradamente a todas las minas que se nos
cruzaban. No teníamos otro lugar al que ir, y tampoco podíamos pagar la
diferencia de precios que había en el boliche, donde una cerveza valía
el doble o más de lo que valía en los clubes. Así que era un placer y
una obligación emborracharnos en esos clubes.
Al
Club Colón fuimos mucho tiempo. Era un antro que supuestamente en algún
tiempo tuvo equipos deportivos de algo, ya que exhibían algunos trofeos
en las vitrinas. Nunca supimos a qué deporte se dedicaban. Te servían
vasos de vino blanco desde una damajuana, y si uno levantaba el vaso y
lo ponía a la luz, se veían Sea Monkeys negros flotando en el vino ( http://www.taringa.net/posts/info/849769/Sea-Monkeys___Te-Acordas.html
). Creo que el vaso de vino salía $ 1 y la cerveza de ¾ $ 2. En general
consumíamos cerveza, y solíamos dejar los envases vacíos (los
“cadáveres”) en la mesa, para que todos vieran la cantidad que
tomábamos. Si éramos 10, a un promedio de 3 cervezas por cabeza, al
término de la noche teníamos 30 “cadáveres” sobre la mesa. Eso era una
situación normal en aquella época. En los primeros tiempos no había una
mujer ni a palos, y recuerdo que me sorprendí la primera vez que vimos a
una mujer ahí. Era una rubia.
Hasta
la primera o la segunda birra ninguno iba al baño, pero una vez que
ibas una vez, no parabas. Teníamos como una pasarela hasta el baño.
Probablemente sea el lugar donde más veces meé en mi vida, después de mi
casa.
El
Club Colón estaba regenteado por Beba, una señora muy atenta de poca
cultura. Su esposo, Tito, estaba siempre contra la barra, inmóvil, con
un guardapolvo azul y una servilleta en el brazo (que nunca usaba),
tomando un vino. Tenía la nariz exactamente igual que las narices de los
dibujos de borrachos en las historietas. No recuerdo el nombre de la
hija, que tenía el culo más semejante a la parte trasera de una vaca que
alguna vez vi en mi vida. Un amigo la empezaba a ver linda después de
la cuarta cerveza.
Una
noche advertimos que Tito no estaba, y recordamos que hacía tiempo que
no lo veíamos. Le pregunté a Beba dónde estaba. “Tito pasó a mejor
vida”, me respondió. Yo me acordé del nombre del primer disco de los
Redondos.
En
algún momento, cambiaron la concesión y apareció un tipo muy simpático
que tenía la misma cara del Canciller Dante Caputo. Este buen hombre se
resistía a que le pagásemos la cerveza a medida que la íbamos pidiendo,
como estábamos acostumbrados. Pretendía que le cancelemos toda la deuda
al final. La primera noche salimos de ahí olvidándonos de pagar, y
Caputo salió a corrernos a la puerta, y le pagamos pidiéndole disculpas.
La segunda noche, fui con mi amigo Federico, y ya en el camino nos
íbamos diciendo: “No nos tenemos que olvidar de pagar”. Pero después de
la cuarta cerveza nos retiramos y, una cuadra después, nos dimos cuenta
que no habíamos pagado. Volvimos corriendo una cuadra, re-mamados, para
pagarle.
En
algunas épocas el Club Colón se ponía un poco duro, cuando se llenaba
de “faloperos”. Recuerdo que un día, en el baño, había uno cantando Sucio Y Desprolijo. Yo
le dije: “Ah, esa es de Pappo’s Blues Volumen 3, con Machi y Pomo”.
Entablamos una charla sobre Pappo’s Blues, y mis amigos querían que ya
nos vayamos para el boliche, pero yo me quería quedar hablando de
Pappo’s Blues.
En
otra época copamos la Sociedad Italiana, que era un poco menos antro.
Ahí regenteaba un tal Arévalo, con su mujer. Un amigo siempre se tomaba
un licor de menta después de todas las cervezas, porque decía que eso le
daba “la sonrisa de tigre”.
Recuerdo
que la primera vez que fuimos, llegamos ya borrachos desde el Club
Colón, y había un baile en el salón de al lado de la Sociedad Italiana,
donde tocaba un grupo de música tropical y sorteaban pollos. Un amigo
había comprado una rifa y se había ganado un pollo caliente, y cuando
llegamos nosotros despedazamos el pollo, comiendo con la mano, y todo
nos parecía muy extraño. A la vez, estábamos deslumbrados porque vendían
cerveza de litro al mismo precio que en el Club Colón vendían la de ¾.
Desde esa noche desplazamos al Club Colón por la Sociedad Italiana, y
fue una buena época porque uno sabía que si iba cualquier viernes o
sábado a las 23:00, siempre iba a encontrar a alguno de los pibes. No
era necesario siquiera arreglar por teléfono. Siempre éramos los
primeros en llegar y los últimos en irnos.
Otra
ventaja de la Sociedad Italiana es que estaba cerca de los boliches,
entonces, en el invierno, uno podía salir sin campera. Había que
bancarse el frío desde tu casa hasta la Sociedad, pero luego ahí dentro
estaba calentito, y cuando salíamos ya estábamos tan borrachos que
éramos inmunes al frío. La idea de salir sin campera tenía que ver con
que en esa época la palabra “Guardarropa” no figuraba en mi plan de
cuentas. Con lo que costaba el “Guardarropa” podía tomar una birra más.
Era cuestión de lógica.
También
había otros clubes, como el Club Argentino (al cual creo que no íbamos
porque la cerveza salía $ 2,50 en lugar de $ 2), y otros que no vale la
pena nombrar porque apenas los pisé.
Recuerdo
uno, el Club Atlanta, en el cual una noche de 1998 tocaba Catupecu
Machu. Justo esa tarde le había contado a un amigo que había un grupo
que se llamaba Catupecu Machu, y él no me creía y se reía del nombre.
Eso fue en Buenos Aires y al volver a Luján, vimos los carteles que esa
noche tocaba Catupecu en Luján. Nos reímos mucho y decidimos ir, pero
nos colgamos bebiendo en el Club Colón y llegamos cuando faltaban dos
temas. Nos dejaron entrar gratis. El público serían 15 personas, 17 con
nosotros. Pero en el último tema el cantante igual se tiró al público, y
los 17 nos abrimos y cayó al piso.
A
mí no me gusta la nostalgia, no creo que esos eran tiempos mejores que
éstos. Pero ya quisiera tener la máquina del tiempo e irme cualquier
viernes de 1990 a mirarme con cara de pendejo un ratito emborrachándome
con mis amigos y diciendo pelotudeces.
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